Llueve. Lo demás, humo. Un unitario de piezas que se repiten en todas mis existencias, la proporción de mi cuerpo, agua en acequia; algunos valores a medias, otros absolutos y los divisores comunes en mi congruencia; todas razones oscilantes entre los logaritmos: lo demás-lo he dicho-: humo. Consigo trajo la rabia de esta prisión inventada, cruel farsa riopiedrense, que me lacera la piel en tardes mojadas-como ésta- atormentada tinaja en espiral, sin motivaciones ni dueño. Porque, sin ánimos de reconvenir al tiempo la pérdida, el paso y el huracán, despertó, sin dar noticia, una eterna nostalgia de saber que vives. Sí, tú. Quien no está. Quien no ha estado. Quien no me habló, ni escuchó, ni enamoró. Quien nunca me tocó, ni besó, ni amarró sus pelos a mis ansias, ni amaneció en mis brazos otra vez, ni me busco en las noches humedeciendo pétalos en sendas sexuales apetencias. Nunca recostaste tu cabeza en mi hombro, ni lloraste una pena junto a mí. Jamás fuimos, rosa de Jericó, al campo de batalla de la mano. Porque no fuiste. Porque no has sido. Y te extraño más, mucho más. Más que al primer cuerpo que me tocó el alma. Mucho más que a los cuerpos que me enseñaron a mentir. Más que ayer y más que a esta lluvia que prontamente morirá. Publicado en Abrazos del Sur (2012)
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