Quien navega en el lenguaje sin los corsés de las gramáticas normativas y busca ejercer el contacto humano a partir del amor puro, merece cien altares colmados de flores y dulces. Y también ver un día “la cara de Dios”. Así enferma, con síntomas visibles del mal de Alzheimer, mi madre vino a Gainesville un par de veces a visitarme en la residencia universitaria mientras me doctoraba en la Universidad de Florida. Era una odisea transportarla porque estaba perdiendo el lenguaje y apenas seguía instrucciones. Si le pedían en el aeropuerto que se quitara los zapatos, por ejemplo, se burlaba del empleado de aduana respingando: “¡Qué me quite qué! (Indignada) ¡Mira éste!”. Y mi papá, detrasito, aplacaba cada inconveniencia con el maletín de permisos médicos e identificaciones. Además, ella les tenía pavor a los aviones. Miraba esos pájaros enormes por las ventanas de Mercedita y afirmaba a voz en cuello, para que a todos les quedara bien clarito, que “yo no me voy a subir en ese avión”. Mi papá constantemente le mencionaba que la misión era subir al avión para entregar una maleta que Sajid -o sea, yo- necesitaba. “Por el nene… (apoteósica) pero nos bajamos inmediatamente”. Y este diálogo se repetía ad infinitum durante todo el viaje hasta pisar las tierras orlandenses. Acá me los llevé para un coloquio de estudiantes graduados en donde participaba como panelista en una mesa que exploraba la literatura en el contexto de las nuevas tecnologías. Mi mamá, desde el público, reaccionaba a todo y ante todos con una convicción olímpica. “Así es”, “chacho”, “sí, claro… es que…”, “Ujum”, “yo te digo”, “pero es que eso es así”, entre otras pequeñas frases que me hacían vibrar de amor cada vez que alguien de la audiencia coincidía con ella y asentía a sus mandatos de profesora. Esa noche cenamos en mi modesto apartamento gainesvilliano con nuestros entrañables amigos Alexander y Giovanna. Mi mamá brillaba esa noche: ¡estaba súper contenta! Comentaba toda la conversación, contaba anécdotas, se reía; claro está, seguirla implicaba entrar en su mundo y navegar en sus propuestas lingüísticas. Adentrada la noche y la tertulia, por razones que desconozco, mi mamá nos recordó a todos que “este”- señalando a mi papá- “es… mi marido…” (en suspenso, todos). “Sí, mami, ese es tu marido”-repliqué yo. –“Sí, pero no. Este es mi marido… (pausa, como quien busca una palabra que enfatice) ¡CERTIFICADO!”. ¡Y luego le plantó un beso en la boca a mi papá! Todos estallamos en risas junto a ella, quien se desternillaba al escuchar el resultado heroico de su esfuerzo comunicacional. Desde entonces, cuando saludo a Giovanna por teléfono siempre le mando saludos a Alex, su marido certificado. Un año más tarde conocí a Carlos y, tan pronto se aprobó la ley del matrimonio para parejas del mismo sexo en 2015, también lo certifiqué como marido. Mi mamá me enseñó muchas cosas; pero ese día recibí una enorme lección. Ni una condición, ni una carencia, ni la pérdida del lenguaje o el deterioro de la memoria define nuestra capacidad de amar y ser; que la vida es un proceso continuo de aprendizaje y reinvención, y que nuestra personalidad última se corona con la muerte. Ana Estela Mendez Ríos ha muerto hoy, 29 de agosto de 2020 a las 7:50 a.m. en Kissimmee , Florida, a la edad de 63 años. Murió rodeada de amor y atenciones. Aunque estamos tristes por su deceso, nos sentimos profundamente satisfechos y agradecidos con el cuidado que recibió en Oaks of Kissimmee, el hogar que la acogió en diciembre de 2017 cuando logramos trasladarla desde Puerto Rico tras el paso del huracán María. Muchas gracias también a Cornerstone Hospice Orlando por acompañarla(nos) en este proceso. Estelita fue maestra de ciencias y matemáticas por 30 años, tanto en el sector público como privado de Puerto Rico. Dedicó una parte de su carrera magisterial a coordinar proyectos de Feria Científica y logró posicionar a múltiples estudiantes en competencias nacionales e internacionales. Era una mujer inteligente, talentosa y modesta. Además, cantaba. Todavía enferma, a pesar de haber perdido el habla, nos tarareaba melodías con su indestructible vibrato. La música, afortunadamente, nunca se pierde. Fue una madre cariñosa y abnegada, y se abandonó siempre en favor del bienestar de sus cuatro hijos. La recordaremos con alegría, agradecimiento, respeto y devoción. Los restos de Estelita serán cremados en la Funeraria Porta Coeli, en Kissimme, Florida. No habrá velatorio. Conservaremos sus restos en nuestro hogar en Florida hasta que se controle la pandemia y podamos transportarla a Puerto Rico. Ferdinand López custodiará eventualmente la urna. En vez de flores o postales, preferimos que hagan una aportación monetaria en nombre de mi madre a cualquier asilo u organización que se dedique al cuidado de este tipo de pacientes o a cualquier organización que brinde apoyo a los cuidadores de pacientes de demencia. Un abrazo a todes, Sajid
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Recibimos en El Intertexto a Taylor Doyle, estudiante de derechos humanos en la Universidad de Florida, quien nos habla de su experiencia como educando de lenguas, la importancia del aprendizaje experiencial en un contexto intercultural y global, y la necesidad de aprender otras culturas.
¡Bienvenides a la tercera temporada de El Intertexto! Nos acompaña la escritora puertorriqueña Nemir Matos-Cintrón, vecina de Orlando, Florida, para comentar cómo la pandemia del Covid-19 ha modificado todas las actividades de nuestra cotidianidad. También hablamos del #BlackLivesMatter y otros temas que han marcado el año 2020.
Lo puedes escuchar aquí: https://anchor.fm/antonio-saji…/…/Pandemials-egkrhd/a-an9u5t https://www.facebook.com/elintertexto/ https://twitter.com/el_intertexto #spotify #anchor #stitcher #castbox #radiopublic #breaker #pocketcast #googlepodcast |
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