Mi madre es paciente de Alzheimer, esa incomprensible enfermedad que va desdibujando a la persona poco a poco hasta la muerte. La diagnosticaron formalmente en 2007, cuando recién cumplía sus 50 años. Su deterioro mental ha sido progresivo, sin lugar a dudas, pero en los últimos dos años su cuerpo se ha transformado también. Hace dos años empecé a escribirle versos con la esperanza de que la fijación poética de este azar patológico me ayudara a comprender el proceso de vida de estos pacientes. Y así, mágicamente, descubrir que siguen estando entre nosotros a pesar de la demencia. Les comparto algunos de estos micropoemas que forman parte de un proyecto en construcción al que he titulado preliminarmente Cartas a Estela. Carta 4 Recojo fragmentos, cada día para inventarme un momento. Y mañana ese momento se transformará también en pedazo. Carta 10 Cada día que pasa me siento más amigo de la muerte. Se han muerto mis maestros, mis vecinos. Se han muerto los compañeros, los estudiantes, los artistas. Se mueren (también) algunos sueños. Hoy no hablemos de tu memoria, mamá; un beso. Carta 11 No despiertan tus rodillas, no sonríen. Y el asombro o la zozobra nos aturden. Carta 16 Pareciera que tu sistema motor se apagó. Solo tu mirada que acaricia la coherente ilusión del horizonte. Carta 17 Todos contigo en tu letargo. Todos contigo, menos tú. ¿Dónde estás? Dime… Carta 20 Dame un abrazo, mamá. -“Nene…” Sí, dame un abrazo.
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